Historias mínimas I "no pudieron hacerlo"

Como cada mañana, pasó y lo vió.
Pero ella no buscaba verlo.
En realidad le deba miedo lo que él desperataba.
Tantas veces su madre la había obligado a bajar la mirada, que ahora instintintivamente lo hacía aunque nadie la controlara.
Temía que el rubor natural que él encendía en sus mejillas la delatara.
El también la vio.
Se estremeció al verla.
El cruce de miradas erizó cada milímetro de su piel y su olfato se agudizó para capturar su fragancia.
Jamás cruzaron palabra.
La necesidad era extramadamente fuerte, pero muda.
El lunes ella no pasó.
Ni el martes.
Entonces su cuerpo anestesiado lo comprendió.
Ahí ya nadie lo reclamaba.
Seguramente ella lo esparaba alla.
En el otro alla.
Donde no importaba que ella fuera una señorita soltera de 82 años, con doble apellido a cuestas e hija de intelectuales, y él un simple verdulero de barrio, con 87 cumplidos y sin educación.